Por Atilio A. Boron
La publicación en este blog de mi reflexión crítica sobre el alcance de la palabra utilizada por Fito Páez en su nota a propósito del resultado de las elecciones del 10 de Julio en la ciudad de Buenos Aires motivó una medular respuesta de Horacio González. A continuación publicamos ambos documentos.
20.7.2011
Querido Horacio: tomo nota de tu carta que, te confieso, también me sorprendió. No por su tono -crítico pero, como es habitual en vos, fraternal y respetuoso- pero sí por las incomprensiones que suscitó mi pequeño artículo sobre el tema del “asco.” Incomprensiones que, me apresuro a aclarar, pueden deberse a defectos propios de mi argumentación o al enrarecido clima político que nos rodea y que suele dificultar seriamente cualquier debate de ideas.
Primero que nada me tranquiliza saber que estamos de acuerdo en que la palabra utilizada por Fito Páez, “asco”, no fue la adecuada. Las condiciones psicológicas, sociales o políticas bajo las cuales apeló a la misma, por difíciles que fueran, no quitan la gravedad al hecho, sobre todo cuando quien la emplea es un ídolo popular y, al mismo tiempo, un compositor que escribe las letras de sus canciones y, por eso mismo, sabe del valor de las palabras. A renglón seguido decís que a partir de esa palabra “se desarrolló un operativo de captura para arrojar la evidencia de un supuesto desprecio al pueblo.” Salta a la vista y por eso mismo es indiscutible la existencia del operativo lanzado por la derecha y sus representantes, los poderes mediáticos; pero no es menos irrebatible que el impacto y las repercusiones de ese operativo están en relación directa con el empleo de un término ampliamente utilizado por los nazis y cuyo desprecio por el pueblo no es supuesto sino real, cosa que, tengo entendido, fue subrayada por Ricardo Forster en el último plenario de Carta Abierta. Las palabras no son construcciones linguísticas creadas en el espacio celeste sino remiten a la historia y a las sociedades que las vieron nacer y las emplean para transmitir determinado tipo de mensajes. Y “asco” es una palabra muy cargada de ominosos significados como para abstenerse de dar la voz de alarma.
Segundo, coincido contigo cuando decís hay una “cruzada antiintelectual que recorre la Argentina, y que desafortunadamente tiene partidarios también en algunos grupos que apoyan al gobierno”, una de cuyas consecuencias habría sido la creación de “un ‘enemigo interno’ de la comunidad, que vendría a ser el gobierno.” A causa de esta metamorfosis éste se “transforma en una institución pérfida, intrigante y retorcida … al que ya no habría límite para atacar, puesto que se trata de una entidad perniciosa, infiltrada en la comunidad.” En relación a esto último, la satanización del gobierno y la descalificación de sus intenciones, reconozco que efectivamente esa es la imagen que siembran los sectores más reaccionarios de la sociedad argentina, no contentos con los grandes beneficios que la actual gestión del gobierno ha reportado para los grupos más concentrados del capital. Pero esto no debe sorprendernos: para las clases dominantes todo gobierno -aún aquél que sin desmerecer sus políticas sociales las favorece con largueza, como es el caso que estamos discutiendo- es un intruso que se inmiscuye en sus negocios. Decís entonces que la carta de Fito es un desgarrador llamado de atención ante la creación de una “gigantesca atmósfera pública de ilegitimidad del gobierno.” Correcto: esa es la intención, pero la estrategia y los recursos utilizados para el gobierno para contrarrestar ese proyecto han sido ineficaces. Ante la brutal ofensiva mediática de la derecha se respondió con otra de signo contrario -pero de menor intensidad, cobertura y penetración- y cuyo mérito principal ha sido, según mi modesto entender, el de “convencer a los convencidos.”
Esto fue así en buena medida por algo que señalás muy bien en tu carta: la cruzada antiintelectual. Tenés razón, su existencia es más que evidente. Pero aquí también habría que profundizar el bisturí y llegar hasta el fondo: que la eficacia de dicha cruzada se alimenta no sólo de la derecha sino también desde las propias esferas gubernamentales; se nutre del sectarismo y la vacua soberbia de que hacen gala algunos de sus integrantes tal como fuera puesto en evidencia en la reciente campaña electoral de la ciudad de Buenos Aires en donde los propios aliados del gobierno, los que armaron las colectoras para allegar votos a Daniel Filmus –¡y que de hecho le aportaron nada menos que la mitad de los que obtuvo!- fueron despreciados y humillados por altísimos personeros del ejecutivo nacional. La relación entre intelectuales y Estado siempre fue muy complicada en la Argentina, y la necesaria autonomía de los primeros, esencial para el desarrollo de su actividad, jamás fue aceptada por el segundo, en ninguno de nuestros gobiernos (por lo menos desde la implantación del sufragio universal, hace casi cien años). Lo que predominó en nuestro país fueron dos tipos de intelectuales: un grupo muy minoritario, que se limita a re-elaborar lo que el poder decide o percibe, a darle un toque intelectual a lo que es producto de la aritmética del poder y sus conveniencias; y un contingente mucho más amplio en donde impera el intelectual recluido en su estéril “república de las letras”, totalmente ajeno a las vicisitudes del Estado y, en buena medida, también de la nación pero que en ciertas coyunturas puede convertirse rápidamente en masa de maniobra para proyectos de restauración oligárquica. Con esto no pretendo negar la existencia de una tercera categoría formada por intelectuales críticos, inclusive entre algunos (como en tu caso) que están vinculados al gobierno. El problema no son ellos sino la sordera gubernamental, la predisposición a no querer oír nada que pueda marcar una nota discordante con lo que el poder ya ha concebido, percibido o decidido. De donde surge la pregunta de para qué sirve un intelectual si no es para cuestionar, para obligar a repensar las cosas, para decir que no cuando desde el poder le dicen que sí, para “pegar el grito” y dar la voz de alarma cuando entiende que se están adoptando decisiones equivocadas, o con insuficiente información, o sin una adecuada fundamentación. En general los gobernantes no soportan este tipo de intelectuales; prefieren a los primeros, simples escribas del poder, o a los segundos, entretenidos en sus pequeñas rencillas; los críticos, siendo los más útiles, son molestos porque siempre traen malas noticias y arrojan sombras de dudas y de pesimismo sobre sus planes. Prefieren escuchar a los que se someten a las urgencias del poder y dicen siempre que sí, que vamos bien, que el rumbo es correcto, que hay que “profundizar el modelo” aunque para sus adentros piensen de otro modo. Por eso la cruzada antiintelectual gana tantos adeptos. En el caso que nos ocupa hasta un ciego veía que la interminable sucesión de errores cometidos a lo largo de todo el proceso que culminó en la derrota del domingo 10 de Julio estaba destinada a terminar como terminó. No es el momento de detallar todo esto en esta ocasión. Ya lo hice en mi “Decálogo para una derrota” que apareció profusamente en la prensa digital de la Argentina y del extranjero. Lo que se menciona en ese decálogo era algo archisabido por todos, menos por el gobierno. Y así le fue.
Y tengo, y tenemos los vecinos de Buenos Aires, el derecho a protestar porque si las cosas hubieran sido de otro modo probablemente nos hubiéramos sacado de encima a Macri. ¿Nadie le dijo a la presidenta que mientras los tres preseleccionados (Filmus, Tomada, Boudou) para la candidatura se pasaron más de un mes caminando entre Plaza de Mayo y Olivos Macri caminaba por toda la ciudad de Buenos Aires, aprovechándose de una enorme ventaja concedida por la impericia de sus adversarios? ¿Nadie le advirtió del peligro de trazar una estrategia en función de encuestas “truchas”, que decían lo que la Casa Rosada quería oir? Hay decenas de preguntas de este tipo, como las enumero en mi “Decálogo” y que no viene al caso re-editar aquí.
En otro pasaje de tu carta me decís que te incomoda mi supuesta ironía sobre los “esclarecidos críticos” del fascismo o reaccionarismo de los porteños. Me preguntás si puedo dar nombres, a lo que respondo que sí: Fito Páez, ya aludido; el Jefe del Gabinete de Ministros, Aníbal Fernández, en una versión más equilibrada que la del anterior, pero diciendo que “los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen,” un insulto tan gratuito como inoportuno para los miles que en octubre tienen pensado votar por Cristina; el Ministro de Educación, Alberto Sileoni, diciendo que los votantes porteños lo hicieron por un candidato que reivindica la dictadura. Pero a comienzos de febrero, pocos meses atrás, cuando Cristina estaba en Villa Lugano, en el Club Albariño, inaugurando una estación de Bomberos construida por la Fundación Madres de Plaza de Mayo, una parte del público comenzó a corear "Macri basura, vos sos la dictadura.” La presidenta interrumpió su discurso para decirles: “no, no digan eso. No sirve. Nada es comparable con las dictaduras argentinas. Es una falta de respeto...". Por último, vos mismo, en tu nota sobre “El espíritu de la ciudad”, y Ricardo Forster en alguna declaración expresan más perplejidad que denigración, y esto los diferencia claramente de los tres primeros. Decís, con razón, que “no es fácil penetrar en la formación anímica de esta masa numerosísima de votantes” que sin ser “genuinamente popular” conforma de todos modos “alarmantes mayorías electorales”. Preguntas todas ellas válidas, al igual que cuando Forster cuando asegura que esas mayorías votaron por “la derecha privatizadora.” De acuerdo: pero el desafío es tratar de entender por qué lo hicieron de ese modo, pasando del plano más descriptivo y denunciativo de una situación desdichada a una tentativa de explicación que nos ayude a comprender lo ocurrido y a pergeñar nuevas vías de acción que permitan superar el estado de cosas actual. Advertidos de la gravedad de estas acusaciones –repito, sobre todo de las tres primeras- tanto Filmus como Gabriela Cerruti y Aníbal Ibarra salieron al cruce de las mismas. En declaraciones radiales Filmus dijo que “nunca un político se puede enojar con la gente porque no votó como uno quiere”. Por su parte la candidata de Nuevo Encuentro se apresuró a tuitear lo siguiente: “Si estamos yendo a seducir y reconquistar a los ciudadanos, sería bueno que empecemos por no enojarnos con lo que votaron. ¡A poner onda!”
Decís también en tu carta hay que redoblar los esfuerzos para “achicar la diferencia con los que votaron a Macri.” Todo bien, pero ¿no será demasiado tarde? Convendría preguntarse las razones por las cuales el gobierno nacional actuó con tanta torpeza, o negligencia, en la primera vuelta. ¿Subestimó al adversario? Tal vez. ¿No le interesaba un triunfo de Filmus, porque su sola obsesión es la re-elección de Cristina? Quizás, aunque sería patético que esto fuera cierto. ¿No comprendió la situación? Seguramente. De otro modo no se explica la sorpresa producida por el resultado electoral entre los principales cuadros del oficialismo, incluido el propio Filmus. ¿Por qué no examinar si en la percepción de los “votantes populares” de Macri se manifestaba menos un apoyo a la gestión del Jefe de Gobierno que una sorda protesta contra el gobierno nacional? Sería un error imperdonable no percibir las limitaciones que tiene lo que actualmente se llama “el modelo”, que a lo largo de ocho años dio repetidas muestras de su incapacidad para dejar atrás el funesto legado del neoliberalismo y llevar a la práctica una política sostenida y significativa (repito: no sólo sostenida sino también, y antes que nada, significativa) de redistribución de la riqueza y los ingresos, lo que apenas se produce, marginalmente, con algunas de las políticas sociales del gobierno nacional como la asignación universal por hijo, positiva pero también insuficiente. En un plano más general, y que excede los límites de esta respuesta, habría que explorar si en un contexto de crisis general del capitalismo, de lejos la más grave de su historia, puede haber soluciones capitalistas a los reflejos de esta crisis en un país de la periferia como la Argentina. Explorar asimismo si la solución radical, única capaz de impedir que en su frustración y desesperanza algunos sectores populares se inclinen por el macrismo -o, en el próximo octubre, por una alternativa regresiva- no exigirá modificar el rumbo de la gestión gubernamental y comenzar a pensar en la aplicación de un conjunto de políticas económicas y sociales de abierta inspiración “post-capitalista”. Sabemos que tal cosa no está presente en la agenda del actual gobierno, pero los porfiados hechos lo irán impulsando en esa dirección.
Aclaro, Horacio, que mi intervención no estuvo animada por la intención de darle lecciones a nadie. He perdido tantas batallas que no creo estar en condiciones de asumir un papel magisterial en estas materias. Y si cerré mi nota sobre Fito con la poética reflexión de Bertolt Brecht es porque este planteaba con claridad los términos del dilema que se abre ante todo gobierno cuando una parte importante del electorado le da la espalda, sea por la vía electoral o por la insurreccional. Dado que no tiene sentido alguno plantearse la disolución de un pueblo y la elección de otro, como humorísticamente sugiere el poemita, lo que debe hacer un gobierno ante una coyuntura como esa es admitir con humildad que hay algunas cosas que no se han hecho bien, o que si se hicieron bien no se comunicaron correctamente. Es urgente un buen baño de humildad, abrir bien los ojos, escuchar con atención las voces que proceden de fuera de los estrechos ámbitos gubernamentales, distinguiendo con nitidez sus distintas cualidades para no fulminar con el mote de “destituyente” toda crítica que, por ejemplo, denuncie la escandalosa regresividad tributaria, la sojización desenfrenada, la agresión de la gran minería a cielo abierto, o el increíble sostenimiento de la farsa del INDEC, desmentida no sólo por las consultoras al servicio de los intereses del capital más concentrado sino por los organismos técnicos de las provincias gobernadas por el FpV. Calificación facilista esta de “destituyente” que, para transitoria tranquilidad de algunos despachos oficiales, termina arrojando las críticas de izquierda con las procedentes de la derecha y cuyos afanes –esos sí “destituyentes”- son indisimulables. El problema es que más pronto que tarde los hechos, así negados, se cobran su cruel revancha.
En uno de los pasajes más polémicos de tu carta, y lo de “polémico” dice relación con la profundidad y osadía que siempre caracterizan tus razonamientos, decís que la cuestión de lo popular “es una cuestión cognoscitiva y de lenguaje.” Creo que el gobierno nacional también cree en eso, pero me permito señalar que se trata de un serio error. Será por eso mismo que en algunos círculos oficiales creen que la utilización de una retórica –encendida, por momentos radical- significa que se están atacando las raíces estructurales, exacerbadas en un capitalismo periférico como el argentino, del malestar que afecta desde hace décadas a las clases populares de nuestro país, y no es así. Por más arabescos discursivos que se pergeñen en los despachos oficiales, el combate efectivo a los males que desgarran a nuestro pueblo no se desvanecerán por la magia del lenguaje, o por las artes de una nueva epistemología, sino gracias a eficaces políticas de reforma social que mejoren la suerte de los contingentes populares. Y en este sentido lo mejor que se puede hacer es llamar la atención sobre la discontinuidad que en este gobierno separa los planos de lo discursivo del de las políticas concretas. Juzgar las causas que originan este desequilibrio va más allá de los límites de estas breves reflexiones, pero el hiato entre ambos planos existe y es inocultable. Sin un ataque a los privilegios y a las prerrogativas del capital no habrá reforma que baste para poner fin a la situación que viven las clases y capas populares.
Termino ratificando que la denigración del votante popular de Macri no nos hace avanzar un centímetro en la lucha contra las clases opresoras y explotadoras. Que es necesario distinguir entre los grupos oligárquicos, burgueses y clasemedieros que constituyen el núcleo privilegiado del macrismo, de los sectores plebeyos que lo votan producto de su vulnerabilidad, su indefensión, la eficacia de la propaganda derechista, y ante lo cual el gobierno nacional hizo poco o nada para sacarlos de esa situación. Ratificando también que, como vecino de Buenos Aires, considero un tremendo error atribuirle a esta ciudad in toto los rasgos definitorios del macrismo. No estoy dispuesto a convalidar tamaño error que soslaya, entre otras cosas, que si el neoliberalismo rampante de los noventas, continuado luego por la Alianza, fue derrotado lo fue porque Buenos Aires se sublevó en las grandes jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. En otras ciudades también hubo manifestaciones populares de protesta, pero quien ocasionó la caída del gobierno de De la Rúa fue la insurgencia de los porteños. Que la tarea haya quedado inconclusa es indiscutible. Pero que ahora, a diez años de aquella gesta, se caiga en fáciles generalizaciones descalificadoras de esta ciudad es otra manifestación de la misma soberbia ceguera que condujo a la victoria del macrismo hace algo más que una semana.
En todo caso, Horacio, quedan muchos temas pendientes por hablar. Soy consciente de que ambos seguiremos recorriendo un largo camino juntos en la lucha por la construcción de una nueva sociedad. Agradezco por eso tu carta, tu tono amigablemente crítico y tu generosidad al prestar atención a mis ocasionales notas sobre la política nacional.
Con un fraternal abrazo,
Atilio
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Carta a Atilio Boron
Por Horacio González
http://pensamientopoliticoarg.blogspot.com/2011/07/sobre-el-asco-debate-gonzalez-boron.html
Quedé un poco sorprendido por un artículo que leí en el blog de Atilio Borón respecto a la cuestión del “asco”. Convenimos en que ésa no fue una palabra adecuada, pero se hallaba en un escrito que condensaba un sentimiento de asombro apenado frente al electorado de la capital.
Sobre esa palabra se desarrolló un operativo de captura para arrojar la evidencia de un supuesto desprecio al pueblo. Ésta es una noción que sería absurdo constituir tanto en términos “populistas” como en términos de un “elitismo despectivo”. Está claro que es otra cosa. Por un lado, hay una trama interna de lo popular pasada por las maquinarias mediáticas que castigan flancos débiles del gobierno y azuzan el sentimiento de que hay un gobierno aprovechador, alienado. La vieja y errada tesis de la alienación popular (si el pueblo no seguía lineamientos de izquierda) se ha revertido. Ahora el que está alienado es el gobierno. Es ilegítimo. ¿No dice que los hijos de Noble no son lo que son, no hace que las Madres se corrompan, que los subsidios deformen la economía, que las decisiones se tomen arbitrariamente látigo en mano, con una presidenta “intransigente y mandona”, según dice ayer Sarlo en La Nación? ¿Estar crispado no era lo mismo que estar loco?
Por otra parte, la cruzada antiintelectual que recorre la Argentina, y que desafortunadamente tiene partidarios también en algunos grupos que apoyan al gobierno, también echa un manto de sospecha sobre toda forma de expresión reflexiva o analítica que supere el nivel admitido por los dispositivos que gerencian las pulsiones colectivas. Se ha creado así un “enemigo interno” de la comunidad, que vendría a ser el gobierno, y entre los que apoyan al gobierno también hay personas que se sienten mareadas ante la necesidad de discutir esa idea. La carta de Fito vino como anillo al dedo para concentrar en una figura popular la hipótesis de un alarmante disidente clandestino –disfrazado hasta ahora de cantante popular-, que sería la metonimia del gobierno, como espécimen de necedad o desatino.
En esta idea, el gobierno se transforma en una institución pérfida, intrigante y retorcida –una suerte de folletín gótico-, al que ya no habría límite para atacar, puesto que se trata de una entidad perniciosa, infiltrada en la comunidad. Sus medidas más relevantes serían malintencionadas: la ley de medios, el dominio por parte de las arcas públicas de los fondos de pensión, la posición digna frente a los poderes mundiales, etc. ¿Por qué no ver entonces que este es el momento para terminar con todo eso, tal como sigue convocando Biolcatti desde la Rural? ¿No habrá llegado el momento de ir preparando el clavito para recolocar el retrato de Videla? Frente a eso, la carta de Fito es un alerta, no por el uso de una palabra inadecuada ni por un inexistente desprecio a un cuerpo electoral mayoritario, sino como una exclamación atónita ante el éxito de una maniobra que se viene cocinando hace años, la de crear una gigantesca atmósfera pública de ilegitimidad del gobierno.
En medio de eso, no son necesarias lecciones como las que intenta Borón, al que siempre le reconocimos su compromiso y constancia en la sensibilidad política, pero que ahora nos recuerda a un Bertold Brecht opuesto a las opiniones del oficialismo de la RDA en relación a aquellas revueltas sociales, en un ejemplo que considero complicado. Estimado Atilio, es obvio que no necesitamos lecciones de respeto electoral y recordamos bien la seguidilla de ejemplos que abundan en la Argentina. La votación de Patti, de Bussi en Tucumán, etc. Y las de Menem, en otro sentido. Pero ahora estamos ante un artificio de gran entidad que revuelve y absorbe cada partícula emanada desde el campo popular-cultural, afín al gobierno, para triturarla con argumentos insostenibles. ¡Se mofan de la gente!, dicen, ¡quieren el voto calificado!, vocean.
Siendo así, ¿no sería más pertinente denunciar este aspecto de la cuestión, antes que cuestionar a Fito, como si fuéramos expertos electorales dando lecciones por doquier, llenos de sabiduría eterna? ¿No te parece Atilio que la situación es suficientemente peligrosa, pues se dirigen ahora a inhabilitar la memoria crítica del país con recursos muy probados de desmantelamiento de la vida popular (pues de eso se trata), como para cuestionar doctoralmente lo que en definitiva es un gran grito de angustia? ¿De quién hablás cuando decís que “en vez de enojarse con la gente que piensa y actúa sometida a tan nefastas influencias, sus esclarecidos críticos deberían dirigir sus dardos a las clases dominantes que manipulan estos recursos para perpetuarse en el poder”? Personalmente no estoy enojado con la gente que ha compuesto esa estridente mayoría, estoy preocupado por el giro que pueden tomar las cosas.
Por eso quisiera por un lado examinar mejor esas “nefastas influencias”, en el camino de precisar mejor lo realizado por el gobierno, con deficiencias de implementación y concepto que será necesario ver con más cuidado; y por otro lado me incomoda la ironía sobre los “esclarecidos críticos”. ¿Quiénes son? ¿Podés dar nombres? No me parece correcto que desmerezcas lo que aparece en la superficie de esta coyuntura, como la carta de Fito (superficie no desdeñable, pues como decía Gramsci, es en ese horizonte ideológico que se toma partido), y desgranes lecciones de democracia a quienes ya las conocemos sobradamente. En la expresión “esclarecidos críticos” veo una concesión, que me llama la atención de tu parte, a la jerga fácil que recorre el país denostando a quienes buscamos ángulos nuevos para remontar la cuesta.
Por mi parte, no solo estoy disconforme con la campaña, sin revolear críticas tardías a los compañeros que actuaron, sino con la demora para percibir la hondura de lo que está pasando. Que no hay que darle argumentos a la derecha, de acuerdo. Que hay que “dirigir dardos a las clases dominantes”, de acuerdo. Pero también estoy de acuerdo con producir fisuras inesperadas en nuestro costumbrismo y con no despreciar la materia confusa que emana de los hechos espontáneos, saliendo por la tangente con un llamando solemne a atacar a los enemigos de la humanidad. En eso estamos de acuerdo, claro, pero no en recibir una amonestación por no saber, caramba, todo lo que vos sabés sobre electorados y sobre el capitalismo. Sabemos lo mismo y estamos en lo mismo Atilio, aunque con estilos diferentes, que ahora no importan.
Tenemos que actuar juntos en estos días que faltan para la segunda vuelta, para achicar la diferencia con los que votaron a Macri, preguntando si todos ellos querrían un enorme retroceso en la historia nacional. Esa es una interpelación popular al pueblo; con ella marchemos, en un momento infortunado de la vida pública argentina. Esto merece una gran discusión sobre política, ciencia, tecnología, cultura. ¿Cómo conjugar todos estos aspectos en el mismo punto en que se juega la cuestión de lo popular, que es una cuestión cognoscitiva y de lenguaje? Hagamos esa discusión –ese es finalmente el sentido de esta carta, escrita desde la veta de un antiguo compañerismo-, para contribuir sin reproches mutuos y sin ociosidad a la causa común.
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